por Gustavo Rozas Valz
MANIFIESTO ANTITAURINO Y ANIMALISTA
En el marco de una moderna línea de pensamiento acorde con los actuales referentes éticos y paradigmas científicos y filosóficos, la humanidad de un tiempo a esta parte, viene tomando conciencia de que es necesario legislar a favor de los derechos de los animales, derechos aún no debidamente reconocidos, para protegerlos del abuso y la crueldad innecesaria a la que históricamente han estado expuestos; por lo mismo resulta absurdo calificar de “controversial” la propuesta de abolición de las execrables corridas de toros, y más parece un burdo intento de relativizar el fondo del asunto con la taimada y torva intención de llegar a una situación de tablas, pretendiendo de esa forma marear a la opinión pública para que parezca que ambas posturas son “respetables” y que por lo mismo ambas partes cuentan con herramientas suficientes -y de peso- para argumentar y contra argumentar una respecto de la otra, y con ello, subrepticiamente conseguir que se mantenga la inacción, para que se preserve el statu quo de esa infamante tradición, apelando a un predecible y paradójico llamado a la “tolerancia”; y que de ese modo se zanje la “controversia” con la fácil salida, de que “al que no le guste lo arregla todo con dejar de joder y abstenerse de asistir”
Por desgracia para un grupúsculo de aficionados taurinos, esa supuesta controversia no existe más que como una maniobra de distracción, y no resiste el más somero análisis… La controversia, necesariamente requiere que puntos de vista -aunque encontrados- estén debidamente sustentados. En este caso puntual, es el enfrentamiento entre la razón, la modernidad, el respeto por la vida, el repudio por la crueldad; frente al deseo egoísta de mantener vigente una anacrónica tradición.
Entre los manoseados y absurdos argumentos a favor, se suele comparar la muerte supuestamente “gloriosa y honorable” de un astado en la arena, (como si el animal fuese capaz de comprender conceptos, símbolos y convencionalismos antropológicos) con la cruel muerte del ganado en el camal… Nada tiene que ver una cosa con la otra. Por desgracia una población afectada por una espantosa explosión demográfica, requiere cada vez de más y más oferta de proteína animal, que contra lo que piensan los vegetarianos, no sólo es necesaria en una dieta balanceada, sino que se ha probado que fue la causa principal y punto de inflexión para nuestro desarrollo cerebral y correspondiente salto cualitativo en la escala evolutiva natural; y en tanto la tecnología no se perfeccione y haga viable a nivel de fabricación y costos, la producción de esa misma proteína, obviando la etapa de extraerla a costa del martirio e inmolación de un animal ( vía construcción molecular ), sí resulta necesario legislar e imponer ( cosa que no ocurre en nuestro país ) métodos menos cruentos y efectivos para evitarle sufrimiento innecesario a un mamífero superior. Y esta claro que ninguna persona normal -a menos que se trate de un sociópata- podría encontrar divertido o placentero, presenciar la horrible matanza en un camal o las miserables condiciones de vida y sacrificio de las aves de galpón.
Pero el argumento principal, es que se trata de una tradición muy antigua y arraigada, además de un arte digno de considerarse como de un gran “valor cultural”. En ese punto habría que definir primero en qué consiste una tradición, y sobre todo si resulta justificable mantenerla, si la misma guarda o no proporción con los mencionados al principio de este manifiesto, como nuevos referentes éticos y paradigmas científicos y filosóficos. Y tenemos -para comenzar- por mencionar que sobre ese punto existen dos corrientes: una conservadora y otra renovacionista, acerca de la expresión en el tiempo de una determinada tradición… Como imaginarán, la conservadora -y por lo mismo más obtusa- apuesta por la preservación de la misma lo más fiel y exenta de críticas posible (a pesar que con seguridad la mayoría de taurinos ignora los cambios que a través de los siglos ha sufrido su amada tradición, hasta su expresión actual y más brutal que data del siglo XVIII). La renovacionista, apuesta por necesarios cambios a través del tiempo, para adecuarlas a una nueva realidad, conforme la humanidad va desterrando a paso lento la violencia irracional, la superstición, los prejuicios, y sobre todo la ignorancia… fuente de todo mal. Una refrescante y bienvenida apuesta renovacionista, para no extinguir la tradición taurina, pasaría por modificar su reglamento y obviar de la faena: la espada, la pica y la banderilla, que transformaría la tauromaquia en un espectáculo pintoresco de verdadero y admirable valor y habilidad…. Ahora, cuando hablamos de máximas expresiones de valor cultural, cuesta aceptar que de la grotesca exhibición de tortura inaceptable hacia un indefenso animal, por pura diversión y en medio del griterío exaltado y la fanfarronería de una chusma ensopada en vino y ávida de sangre, pueda rescatarse algo digno de preservación y orgulloso legado para la posteridad.
Que determinada y famosa personalidad del arte o la política compartan esa afición, suele ser otro mal argumento utilizando un sesgo de “autoridad” (reconocido entre las falacias lógicas) para legitimar y justificar la vigencia de una barbarie ancestral. En este punto cabe mencionar, que casi siempre se cita a personas de edad avanzada, que se criaron y vivieron sus años de juventud bajo referentes y costumbres que ya no tienen espacio ni vigencia actual, en una nueva era de conciencia ecológica, empatía y respeto hacia la vida animal.
Espectáculos brutales felizmente extintos ensombrecen la historia de la humanidad. En nombre de la tradición, ya nadie aceptaría “revivals” de sacrificios humanos o grandes hecatombes a dioses imaginarios, peleas de perros, de los mismos contra toros, osos y otras fieras; la asistencia pública, multitudinaria y festiva a sangrientas ejecuciones de prisioneros, quema de gatos ( como en la Francia del siglo XVIII) o el coliseo romano… y es que otros valores, conocimiento incipiente y referentes arcaicos, constituyeron el marco para su sustento y razón de ser: “ César, los que hoy van a morir te saludan” era el homenaje que los gladiadores (hombres condenados a morir o ser gravemente lesionados) rendían a su emperador en la firme convicción de la valía de su actuación y la repercusión que sus actos, tendrían para ensalzar su valor, su hombría, fama y buen nombre… Hoy mismo, existen en diversas partes del mundo tradiciones brutales e injustificables, como la ablación del clítoris a las niñas, el sacrificio cruel de perros para alimentar a algunos homúnculos ignorantes y despreciables del continente asiático; y así como las mencionadas, muchas tradiciones de lo más inauditas y bizarras que sólo merecen una pronta abolición y futura triste recordación: “ El hombre no tiene ninguna obligación moral para con los animales…” sentenciaría el inefable papa Pío IX, cuando se opuso a la fundación de la que pudo ser la primera sociedad protectora de animales. Pero La ciencia moderna, esa gran demoledora de mitos y creencias, ha colocado al hombre en su verdadero contexto en relación al universo, sin que ello le reste un ápice de valor, al planeta que habita y su origen como simple especie animal… Argumentos de orígenes divinos o creaciones ad hoc, ya no se sostienen más que en el ámbito de las creencias personalísimas y en ningún modo como verdad de alcance universal, so pena de arriesgar el ridículo monumental. No tenemos más de un millón de años como especie. No somos la única especie de humanos que existió, sino la única sobreviviente. Descendemos de mamíferos primordiales como roedores y compartimos gran parte de ADN con todos ellos, y entre las más resaltantes características, un desarrollado sistema nervioso central que nos hace susceptibles al dolor… dimos el salto cualitativo de presas a depredadores, no somos más que simples convidados de piedra en el contexto de un universo de trece mil setecientos millones de años y ni siquiera del insignificante planeta que nos alberga de cuatro mil quinientos millones de años que ha soportado múltiples extinciones y que forma parte de un sistema y una galaxia entre miles de millones más… A pesar de ello, en unos siglos hemos por fin superado el geocentrismo y el heliocentrismo medieval, pero por desgracia aún no el antropocentrismo, que fomentado principalmente por las religiones y un humanismo mal entendido, ha contribuido a la cosificación de los animales; como si su razón de ser y existir, fuese sólo para nuestro mejor provecho y servicio, como de hecho lo afirman algunas religiones.
El hombre ha conceptualizado el mundo. Ha llevado a cabo esa monumental tarea, como la elaboración de un sofisticado mapa, como un derrotero, fabricando símbolos, como una estandarización de criterios y una eficiente comunicación y hasta como herramienta de control… nada tiene finalmente un significado per se, salvo el que nosotros le queremos otorgar y que cambia a través del tiempo y las civilizaciones. En ese contexto, siempre hemos buscado justificaciones morales para la barbarie, la brutalidad y el genocidio… Hitler, para manipular y conducir al abismo a una nación dolida y humillada, esgrimió muchísimos argumentos, como la necesidad imperiosa e impostergable de un Lebensraum, el oprobioso tratado de Versalles, el derecho colonial de Alemania que llegó tarde en sus pretensiones ultramarinas, mitos fabricados de superioridad racial y hasta en un supuesto pero plausible boicot durante la primera guerra mundial, por parte de banqueros judíos, que seguro nunca fueron parte de la “solución final”, porque con certeza, fueron los primeros en ponerse a buen recaudo de su brutal persecución. No hace mucho, el ex presidente criminal y fronterizo de la primera potencia del mundo, el mismo al que le debemos ocho años de atraso en los estudios de las células madre (porque iban en contra de su “religión”), encontró en el ataque de una facción terrorista árabe saudí de Al qaeda, y la supuesta presencia de armas de destrucción masiva que sabía positivamente que no existían, la justificación forzada para perpetrar un genocidio repudiable contra el pueblo iraquí y enriquecer aún más a sus socios petroleros, fabricantes de armas y operadores logísticos… No podemos negar nuestra herencia ancestral, feral y sangrienta; pero hoy comenzamos a vivir en la era del imperio de la razón, que está destinada a prevalecer por sobre la impredecible emoción, el egoísmo, el inmediatismo, la superstición, las creencias absurdas, los prejuicios, atavismos y el instinto primordial.
Personas que me conocen, acaso algunas de ellas abiertamente taurinas, cuestionarán mi autoridad moral para hablar sobre el tema…Con vergüenza y no menos valentía, confieso que de muy joven y por algo más de diez años, me dediqué con verdadera pasión al vil deporte de la cinegética.. Hoy, es algo que repudio pero que por desgracia no puedo cambiar, pues no hay forma de retroceder el tiempo y volver al pasado (al menos por ahora), sólo queda afrontar -y con esa experiencia- ayudar a concientizar. Más fácil resultaría justificar lo injustificable y mantener tozudamente una torpe posición; pero si por un lado es cierto que errar es de humanos, persistir en el error es de tontos, y rectificar es de sabios… Que lo hacía para alimentarme de las presas ( nunca maté por matar ) que los viajes eran riesgosos, desde el traslado a gran velocidad por caminos estrechos y en malas condiciones, pasando por lo agreste de la geografía en la que en más de una ocasión pude perder la vida, no son más que parte de una ingenua justificación acerca de algo que realmente nunca tuvo que ver con las víctimas inocentes… ellos nunca me retaron a un enfrentamiento desigual, por más que se tratara de su hábitat natural innegablemente hostil y peligroso para un hombre de la ciudad… ese desafío sólo existió en lo más profundo de mi imaginación ( justificaciones ) y por desgracia, una memoria privilegiada, paradójicamente, mantiene vívidas esas experiencias en las que ya no me reconozco ( el mito de la personalidad, como una incuestionable ficción). Las extenuantes caminatas, los paisajes alucinantes, el frío lacerante, los sentidos aguzados, el acecho, el rececho, los acelerados y retumbantes latidos del corazón, la mirada vidriada por el sudor ,el estruendo de las armas que anima los espíritus y una indescriptible y casi paralizantemente mórbida emoción… No abjuré para siempre de esa brutal afición porque me dejara de gustar, sino más bien por un despertar de la conciencia, por empatía, por conmiseración; ¿qué culpa tendrían esos seres extraordinarios y hermosos de mi exceso de testosterona, adicción a la adrenalina e irredimible competitividad? Ningún deporte, tradición, afición o manifestación cultural, merece prevalecer a costa de la vida y sufrimiento de un indefenso animal.
Pero volviendo a las corridas de toros, hoy no existe otra justificación para su vigencia, que el egoísmo de una afición porfiada e interesadamente reticente al cambio e insensible al maltrato animal. ¿Puede aceptarse éticamente hoy en día, la barbarie y el martirio por pura y simple diversión elitista o popular? Anacrónica “tradición” que en pleno siglo XXI, emerge como el espantajo impresentable de un pasado remoto y vergonzante… La tauromaquia, como herencia de nuestras raíces coloniales, es contemporánea de la esclavitud, la encomienda, la horca, el descuartizamiento y el garrote… lo es a su vez del catolicismo oscurantista, represivo, dogmático, intolerante y refractario a la luz que proviene de la ciencia y la razón… del eco infame y aliento pútrido de la Santa Inquisición, sus brutales “autos de fe”, y su ignominioso legado de tortura, muerte y humillación.
Como colofón y consideración final a todo lo anteriormente expuesto, sinceramente estoy convencido -como una nueva mayoría- que ya va siendo hora de aceptar que el fondo del asunto está en que los animales no son nuestros enemigos, nuestros juguetes, ni rivales a los que enfrentar con la más mínima equidad; no olvidar que tenemos una deuda histórica e impagable para con ellos; y que más bien como hermanos menores, sólo merecen nuestro respeto, cariño y protección.
Gustavo Rozas Valz
Noviembre 2012.