"Yo Soy La Decencia"
por Martín Santiváñez / @viejoreino
Lo que le está pasando a Toledo es la consecuencia directa de su soberbia maniquea. Durante años, espoleado por los mismos que hoy lo abandonan, Toledo se presentó ante la opinión pública como el incorruptible, el campeón de la vincha, el inca transparente que destruyó la corrupción lavando la bandera y marchando por las calles encarnando a Pachacútec. Pronto, esta visión mítica, ante la dureza de la evidencia, se derrumbó para todo el país, menos para el propio Toledo. El expresidente intentó apropiarse de un hecho colectivo (la marcha de los cuatro suyos) tornándolo en una especie de gesta individual. La marcha le sirvió para ganar Palacio y de tanto repetir su interpretación personal de la historia, Toledo terminó creyendo de verdad que él era la medida de la decencia, el jardinero del árbol del bien y del mal, el sumo pontífice de la moral pública. Craso error.
Este maniqueísmo irracional, fruto de la soberbia, ha empujado a Toledo a crear y defender una isla del Gallo en la que todos, salvo él y sus amigos, son corruptos. Trazar una línea para dividir al país en "mafiosos" y "decentes" produce este tipo de efectos. Los que se proclaman santones cívicos, los Sai Babas de la moral laica y las pitonisas chuponeadoras con pasado fuji-montesinista, en el fondo son tigres de papel, humanos con errores, políticos con delitos, tapadas de la vida pública que tarde o temprano han de sucumbir ante el juicio de un tribunal implacable que no tiene rostro: la historia. Toledo decidió, hace mucho tiempo, ningunear a la mitad del país generando una barrera artificial, por puro interés político. Hay que distinguir a Fujimori, un personaje indefendible, de los que apoyan al fujimorismo, muchos de ellos, peruanas y peruanos honestos que han vivido toda su existencia sin ser apadrinados por especuladores de dudosa reputación. Unir, no dividir.
Ignoro si Alejandro Toledo es inocente o culpable. Sé, por otro lado, que la ciencia de la cobardía es exacta, sólida, empírica. Por eso, los ayayeros que apoyaron su giro hacia la izquierda hoy abandonarán a Toledo con la velocidad que solo imprime la traición. Él se lo ha buscado. Porque es el juez, el fiscal y el acusado de su propia causa. Sus palabras maniqueas ("yo soy la decencia") lo condenan a ser escrutado. Toda su trayectoria política, basada en el dedito acusador, ha de ser examinada con imparcialidad, porque la decencia, la verdadera decencia, no puede negarse al ejercicio del control.
Mientras tanto, en Palacio, la presidenta sonríe. Y en algún lugar de Lima, Alan recuerda las muchas lágrimas que derramó Pizarro cuando tuvo que enfrentarse al cadáver de un quiteño soberbio y usurpador.