MI FE ES MI ODIO
Autora: Mar Mounier (@elhigadodmarita)
“Las artimañas se disfrazan muy hábilmente de nobleza, y el fanatismo se viste con las ropas de la defensa de principios”. - Adam Michnik
Es alarmante observar la creciente presencia del sectarismo a nivel político, esa forma equivocada de defensa de las ideas y de la “verdad”, ese mecanismo dañino que impide ver errores propios, ver la realidad como sucede, y aceptar hidalgamente las virtudes y/o aciertos de quienes piensan distinto.
El sectarismo es, en definición, la exclusión fundamentalista de las ideas u opiniones ajenas. A mediados del siglo XX, el autor ruso, Aleksandr Solzhenitsyn, nos presentó el modelo de sectarismo establecido por los partidos comunistas (magistralmente descrito en su obra: “Archipiélago Gulag”). En el texto, el autor denuncia la estructura de represión instaurada por el régimen stalinista en la antigua URSS, partiendo de su experiencia personal y de miles de testimonios de personas víctimas del “Gulag”, base del pensamiento sectario del gobierno de Stalin. El libro fue muy criticado en occidente, allá en los años 60 (Sartre), y causó serios problemas a su autor, entre los que se sucedieron represalias de parte de la KGB rusa (la secretaria de Solzhenitsyn fue encontrada muerta en su departamento), y él, fue primero recluido en un campo de concentración y luego expulsado de su país. (Para quienes no hayan leído la obra, les alcanzo el enlace).
Si bien, el término fue descrito mucho antes por diversos autores, remito a este escritor por su exacta y aplastante transcripción al referirse a este mecanismo de ostracismo ideológico institucionalizado por el gobierno ruso, de una forma clara y precisa. Solzhenitsyn, refiere al sectarismo comunista en términos de “religión enloquecida” seguida a rajatabla por seguidores altamente ideologizados. “El cuerpo caído del partido [político] aparecía cubierto de llagas purulentas y estigmas sanguinolentos. Nadie lo percibía. ¿Dónde y cuándo encontraba la historia, santos [partidarios] tan enfermos? Si el partido encarnaba la voluntad de la historia, entonces era que la historia estaba enferma”. ¿No les parece familiar este párrafo del texto, en nuestra realidad política? El sectarismo aparece en nuestros días, según Solzhenitsyn, como una nueva religión, tan similar a las más primitivas: repele todo aquello que le cuestiona, contradice, discrepa o refuta su pensamiento omnímodo y despótico. Lo peor de esto es que quienes están dentro de aquel, se niegan a ver esa realidad.
Pero, ¿cómo identificar a un sectario? Por tres conductas medulares: primero, por la enfermiza obsesión por la persecución a su “rival”; luego, por la negación ante errores propios y de sus líderes, y por último, a la total exclusión a las ideas externas/contrarias a su dogma.
En la primera característica, el sectario busca que el “enemigo” pague y con “todo el peso de la ley” por sus errores, si es que en ellos ha incurrido. No le importa si la condena es proporcional al delito, mucho menos se preocupa en actuar con justicia. No está seguro de cuál es el pensamiento de ese adversario (ya que nunca escucha), solo se deja llevar por el discurso gregario de quienes considera sus líderes y quienes dirigen su convicción dogmática y prosélita. El “enemigo” no tiene virtudes de ningún tipo, es vilipendiado y vejado en todas las formas posibles. El émulo es deshumanizado, satanizado, no es merecedor de compasión alguna. Lo perturbador es que en esa obsesión por el desquite, el sectario no tiene la competencia de advertir el desastre que su sectarismo puede producir a nivel institucional, en este caso, ver que también un juez ideologizado que pretende “hacer” la ley, es precisamente aquello que transforma a ese juez en una figura destructora del derecho.
La segunda característica de un sectario, es que éste presenta una nula capacidad para identificar sus errores o los de sus líderes: “Esto no es verdad, los nuestros no pudieron haber cometido estos actos” -declaraciones de partidarios civiles al gobierno nazi, luego de descubiertos los horrores de los campos de concentración y exterminio-. ¿Les sigue pareciendo familiar tal actitud? ¿No nos recuerda esto a las posturas de simpatizantes que endiosan a sus diversos líderes políticos o ex presidentes, aún cuando existen indicios de su corruptela? ¿Recuerda esto a usureros y traficantes de los Derechos Humanos beneficiando a terroristas? ¿O quizá a un electarado catatónico ignorando las denuncias sobre la participación de candidatos en actos deshonestos?
En la tercera característica, el sectario se caracteriza por la naturaleza excluyente de sus ideas debido al nivel de ideologización en el que vive inmerso, ergo, presenta una actitud de desprecio a la búsqueda de la verdad -y sobre todo- de la realidad. Peor aún, su búsqueda del conocimiento -si es que ocurre- solo se limitará a absorber de las fuentes que alimenten -más aún- su forma de pensamiento radical. En tertulias, no permite lugar al debate y, si por alguna razón incurre en un diálogo con quien exprese fluidez de ideas, será únicamente para imponer su punto de vista bajo cualquier parámetro. Para entendernos mejor, el “diálogo” sectario fija “cuál es la verdad”, “qué es lo que se puede decir”, “qué es lo que puede ser interrogado y lo que no”, “qué es lo que tiene sentido y qué es lo que carece de éste”, “que es lo que está bien o lo que está mal” y “qué es lo que puede ser investigado y qué es lo que no puede serlo”; y ningún cuestionamiento puede ser real ante su imposibilidad de establecer cualquier racionalidad externa.
Se entiende que lo constructivo y retributivo para el aprendizaje humano y el entendimiento en un debate de ideas, es el intercambio de posiciones contrarias de una manera correlativa. Las discusiones en dialéctica, hacen que el pensamiento, el conocimiento y las ideas fluyan. El problema del sectario es que no existe una dialéctica entre “verdad y “falsedad”, ya que evita que el otro intervenga y/o aporte en el diálogo o debate pues “la verdad la define él” y es absoluta. Es más, el sectario ni siquiera se plantea el problema de definiciones, de conceptos y/o análisis. Discrimina estos cursos y punto.
El eje del pensamiento sectario, lo que lo define, es la autocodificación. Es en el momento exacto que un discurso se autocodifica, que no puede ser refutado de modo externo, porque se “construye” un sistema de palabras coherentes a su pensamiento exclusivo, blindado, que solo se remite a su discurso y “visión”. Cuando eso sucede, quien desee argumentar “desde fuera”, se encuentra ante la imposibilidad de establecer cualquier racionalidad o discusión externa. El sectario “fija las reglas del juego” dentro del discurso y luego de aquello, no hay espacio para más.
Y este comportamiento, hábilmente analizado por Solzhenitsyn y claramente descrito en su obra, nos expone algo peor: el discurso sectario, construido de tal modo que ningún cuestionamiento pudiese ser real, es legitimado por sus líderes e ideólogos. Amenazante mecanismo en la estructura jerárquica de un grupo de poder, que bien nos recuerda Zigmunt Bauman en su obra “Modernidad y Holocausto”, fue lo que permitió que el plan de la Solución Final nazi, sea eficientemente puesto en marcha de manera casi automática y sin cuestionamientos, pues la moral del obediente subordinado, fue delegada a responsabilidad de los superiores.
En el Perú de hoy, es necesario que las ideas construyan, que partan del conocimiento y análisis concienzudo, abierto, sin ideologizados ni maniqueos. Debemos actuar contra ese sectarismo intelectual politizado que nos atemorizó a no dar “el salto al vacío” (“Mi fe es mi odio” ¿No les recuerda esta frase a cierto Marqués?).
Si continuamos en esta brecha, no dudemos ni por un instante en que volveremos a encontrarnos con los espantajos detrás del patio (Sendero Luminoso y su fanatismo sanguinario), esos que nos recuerden y regresen una historia de conflictos y lamentaciones. Tal vez –quizá- ya sea demasiado tarde, pues habremos construido una sociedad que no querremos conocer. Sin intelectuales ni pensadores libres, sin hombres con principios, valores ni virtudes que defiendan las ideas ajenas tanto como las suyas y que, por sobre todo, defiendan la verdad como principio y como fin supremo. Habremos institucionalizado el poder de las castas políticas sectarias y la historia nos pasará la factura. Y en este punto no importará que seamos de izquierdas o derechas.
Aún estamos a tiempo.
la hígado.